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El espíritu vive en el caos

(Diez Pasos Para Armar Un Retrato De Víctor Hugo Pérez)​

León Plascencia Ñol

Ciudad de México, en Roma, septiembre de 2014.

  1. A finales de los años noventa, o principios de la siguiente década, en una Guadalajara gris y monótona, vi, quizá en el mismo estudio del artista visual Víctor Hugo Pérez, o en alguna pequeña galería, algunos de sus cuadros. La memoria engaña pero lo que importa es la sensación que me dejó enfrentarme a esos lienzos absolutamente irreverentes e iconoclastas en medio de una ciudad demasiado conservadora. En mi mirada había una sensación de extrañeza e incomodidad, pero también la certeza o la intuición de saber que estaba ante la presencia de un artista con una gran fuerza.
  2. En su estudio, los libros de los autores predilectos estaban en el piso, embadurnados, abiertos en alguna imagen, que, supongo, Víctor Hugo Pérez había estado analizando momentos o días antes; por aquí y allá se encontraban botellas vacías, una cama deshecha y con sábanas que hacía mucho no se cambiaban; los libreros permanecían atestados con libros en desorden, los papeles construían un escenario casi cinematográfico, los pisos tenían manchas de óleo al igual que el baño a media luz, bajo un foco amarillento –pensé en las fotografías que se conservan del estudio de Francis Bacon–; los reflejos que llegaban del exterior se matizaban por el desorden y las motas de polvo que el aire elevaba lento; afuera, en la avenida, el mundo sucedía de otra manera.
  3. La imagen pintada transforma lo ausente –porque sucedió lejos o hace mucho– en presente. La imagen, las figuras –hombres, mujeres, animales– pintados traen aquello que describe el aquí y ahora. “Una fotografía es estática porque ha detenido el tiempo. Un dibujo o una pintura son estáticos porque abarcan el tiempo”, escribió John Berger.
  4. Las figuras de Víctor Hugo Pérez son reflejos puntuales de una acción, un hecho, un apunte a manera de diario. El artista construye y articula su mundo de manera precisa: cada espectador puede armar su propio registro de sucesos o escenas con la simple observación detallada de cada obra; las claves están ahí, a manera de frases literarias o versos que narran un acontecimiento. Curiosamente, a través de este acto de desnudamiento de las experiencias vividas por el artista, él mismo desaparece para dar pie a una autobiografía no velada, o mejor dicho, al ser expuesta, se vuelve invisible. La literatura como registro de palabras y gestos; leemos los textos pero también leemos la gestualidad de las figuras, los rostros y cuerpos en primer plano. Líneas, manchas, veladuras, entramados de color, relieves, tachaduras son registros de lo que vemos y lo que nos permite seguir viendo una obra que parece expandirse hacia las diversas sensaciones del espectador.
  5. Valerio Adami escribió que “Dibujar es una ocupación literaria. Yo no abandono un dibujo sino hasta que no puedo agregarle la palabra fin… me gustaría que en una pintura se pudiesen usar las palabras prosa y poesía para, así, definir mi trabajo como una pintura en prosa. El impulso narrativo es esencial…”. Una ocupación literaria. Prosa y poesía: dos continentes. Partiendo de esta idea, o mejor, de esta lectura, la obra de Víctor Hugo Pérez estaría en el territorio de la prosa. El cuadro como un momento cotidiano que esconde una historia. Los personajes de la obra de Pérez cuentan algo, dicen, como si se tratase de seres que susurran o gritan al oído. La utilización de una paleta colorida crea un efecto de totalidad, carga de sentido a la tela, la llena de narratividad. Al observar el trabajo del artista, el espectador se enfrenta ante imágenes cargadas de sentido y emocionalidad, ante espacios llenados con meticulosidad para no dejar nada libre. Aquí el vacío no existe, no tiene cabida, hay que llenarlo totalmente ante el posible miedo al horror vacui; mejor llenar para que no desaparezca el mundo. Quizá por eso es posible la desaparición del pintor.
  6. Se ha escrito sobre las posibles influencias en la obra del artista y de inmediato aparecen nombres. Jean Dubuffet, Jean-Michel Basquiat, Orozco, quizá los más inmediatos, pero ante la vista se abren otras posibilidades; pienso en dos mundos muy cercanos al espíritu grotesco o de monstruosidad en la obra de Víctor Hugo, me refiero a cierta temperatura en las imágenes de Otto Dix y Willem de Kooning. La Real Academia de la Lengua Española tiene tres acepciones para la palabra monstruosidad: 1. f. Desorden grave en la proporción que deben tener las cosas, según lo natural o regular. 2. f. Suma fealdad o desproporción en lo físico o en lo moral. 3. f. Cosa monstruosa. ¿Alguna de estas definiciones sirve para englobar el trabajo de Víctor Hugo Pérez? Me parece que en las tres está la densidad a la que busca llegar el artista, pero con un quiebre particular, que es lo que en verdad logra que su trabajo salga de lo transitado: la monstruosidad aspira a la belleza, o como quería la canadiense Anne Carson, hold beauty. Mantener la belleza, una forma de belleza, en el espíritu del caos.
  7. El artista Mark Tobey escribió: “Que la naturaleza domine tu obra. Estas palabras de mi viejo amigo Takizaki, vagas al principio, se aclaran con la idea: Bórrate. Ciertos artistas hablan hoy del acto de pintar. Esto, en su mejor sentido, podría incluir lo que quería decir mi viejo amigo. Es el espíritu necesario en el antecomienzo y de él depende el acto”.
  8. Borrarse. Que la naturaleza domine tu obra. Frases que adquieren una condición inminente en la obra de Víctor Hugo Pérez. ¿De cuál naturaleza hablamos? Me refiero a la naturaleza que emerge de la violencia: trazos que cubren extensiones de tela como si quisieran borrarse a sí mismos; trazos de color yuxtapuestos, encimados, bloqueados, velados unos a otros para formar una temperatura enrarecida, como alguien que está postrado ante la fiebre y lo que hay frente a sus ojos son imágenes sacadas de un sueño.
  9. Vuelvo casi al inicio de este texto. El personaje que habitaba en ese estudio en desorden daba un sensación de timidez y desparpajo. Lo recuerdo explicando uno de los cuadros –una mujer con el vestido levantado y enseñando el coño mientras un grupo de letras negras sobre un fondo amarillo chorreaban hasta caer– al tiempo que intentaba descubrir con la mano derecha su rostro cubierto de pelo. Víctor Hugo Pérez vestía un tweed quizá gris, un pantalón a juego y unas botas sin lustrar. El personaje en construcción ya estaba formado casi por completo, al igual que su obra, que a lo largo de todos estos años ha dado muestras de una capacidad de estilo inclasificable; uno que se reconoce de inmediato. Cuando el espectador se encuentra frente a una obra del tapatío se entra en un estado de hipnosis. Pareciera que el cuadro se ha apoderado de uno. Baruma, el maestro zen chino practicaba la contemplación del muro o hekkan. A través de ese estado se podía llegar a ver lo que estaba más allá de los ojos y la mente. Al detenerse frente a una obra de Pérez opera un mismo procedimiento parecido al hekkan: los ojos ven más allá de lo que está en la tela.
  10. En la obra de Pérez habita en grandes dosis lo inesperado, lo imprevisible, el humor y el exceso, pero también, en medio de todo ello, casi asomándose con timidez, se encuentra una sensación de fragilidad. Quizá sea eso lo que vuelve tan poderosas las obras del artista tapatío.