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Mi perro bravo

V.H.

Tengo un perro escondido, encerrado y amarrado, lo alimento de resentimiento, el desprecio que recibo lo guardo para su cena durante el día, aunque esté sediento mira fijamente al sol y da vueltas como queriendo atrapar su sombra, por las noches araña las paredes, le ladra a su eco, luego gime y se queda dormido, no tiene nombre, lo tengo desde que yo era un niño y él un cachorro.

       Cuando llevaba a mí perro a la primaria, los demás niños decían que era corriente, -a mí no me importaba tanto- corríamos en los patios durante el recreo, nos llenábamos de tierra y de lodo cuando llovía. Su pelo era blanco como mi uniforme, nos arrastrábamos tanto por las calles que llegábamos sucios a la casa, mi mamá movía la cabeza en señal de no, mientras mi papá comentaba lo caro que era el jabón.

       El perro me costó diez pesos, pero era un perro callejero, pensé una vez en ponerle algún nombre pero ningún nombre me gustaba. Y por alguna razón que aún no sé cuál era, yo les gustaba a las niñas de mi escuela, pero mi perro no les gustaba, y una vez Rocío me dejó acompañarla a su casa, con la condición que no fuera con mi perro pero él siempre caminaba conmigo, ese día lo corrí, no fue fácil, hubo que darle una patada y amenazarlo con pedradas. Lo que pasaba es que Rocío era una niña muy bonita pero no la volví a acompañar, luego sus papás se la llevaron a vivir a Mexicali y no la volví a ver.

       Nunca me gustó la escuela, salvo por mis amigos “los chiquillos” que sólo queríamos jugar a las pandillas, una vez un niño bizco mayor que yo me azorrillo en el salón, y todos coreaban: ¡quiere llorar y no puede, quiere llorar y no puede!”, y a la salida lloré y lamenté haber corrido a mi perro, lo busqué y lo hallé, creo que no me guardó ningún rencor, al día siguiente hice un plan para vengarme de Lorenzo el bizco que me ridiculizó, pensé en echarle tierra y agua a su mochila, supo que fui yo y a la salida de la escuela yo y mi perro lo dejamos sangrando de la nariz, mi amigo Eleazar me felicitó, pero al día siguiente me llevaron a la dirección de la escuela. 

       Mi papá me dijo que mataría a mi perro o que me correría junto con él, y yo lo tuve que esconder pero cuando me hacía la pinta de la escuela con él caminábamos por las calles y los parques, corríamos por los baldíos, y cuando regresaba a mi casa me pegaban con el fajo y mi perro ladraba por mis ojos como queriendo morder a mi papá y a todos. Luego pasaron los años y muchas cosas malas y me fui haciendo bueno, y fui ocultando más y más a mi perro, lo fui alimentando con sobras, con frustraciones y con rencor, muchas veces ni eso le daba de comer siempre padecía hambre, cuando estaba con una mujer  lo negaba, trataba de olvidarme de él, pero había días en los que reconocía su nobleza y entonces le daba de comer ego y orgullo que lo hacía engordar y fortalecer y entonces se brincaba la barda y no lo veía durante semanas o meses, y me sentía tan solo y tan vulnerable sin él que salía a buscarlo y cuando él regresaba me sentía el más seguro y arrogante.

       Pero siempre lo mantenía escondido, algunas veces lo sacaba a pasear y se cagaba en todas partes y  sobre todo mordía a quienes me querían; le ladraba a las señoras mochas que nos corrían con sus escobas; se meaba en las fiestas y se peleaba con los anfitriones; le gruñía a los compradores que siempre quieren pagar menos por los cuadros; a los policías y a las mujeres que huían de mí pues olía, comía, hablaba y cogía como un perro. Pero cuando estaba solo en la calle de la ciudad o en otro país su compañía me daba seguridad y valor, a veces hasta me resultaba artístico su salvaje proceder, y más de una vez me defendió contra otros perros donde pasábamos madrugadas aventureras por antros y cantinas, y cuando yo lloraba solo en mi cuarto él siempre estaba a un lado de mí, no una mujer, no un amigo, solo él mi perro fiel ¿cómo separarme de quién tantas veces me acompañó y defendió?

       Una vez después de tanto ladrar y de perder el amor pensé que tendría que tomar una decisión, pues las mujeres decían que me querían a mí pero no a mi perro, y yo quería una mujer, entonces una mujer dijo que viviría conmigo pero no con mi perro, yo la quería mucho así que intenté correrlo pero fue más difícil pues había crecido más que yo, era más fuerte y más bravo y no podía sacarlo de mi casa ni de su escondite, de hecho ya no cabía por la salida, cuando se quedaba ella a dormir conmigo sólo me quedaba encerrarlo y subirlo a la azotea y esperar que no lo descubriera, yo le mentía a ella diciéndole que ese perro ya se había ido que sólo éramos ella y yo, pero a la media noche comenzaba a aullar, a patalear y a gemir, y por la mañana la mujer se iba sin querer saber nada más de nosotros, hasta que una noche llegué borracho de soledad, entré a su lugar y lo comencé a golpear sacándolo por la fuerza, él al principio con ojos de nobleza no supo lo que estaba pasando pero le empecé a patear la panza y gruñó y se lanzó contra mí, me mordió los brazos, me tumbó al suelo y con sus patas escarbó mi pecho como buscándome el corazón para tragárselo, lo agarré del hocico ya que quería partírselo en dos, nos sacamos la sangre, casi me mata y casi lo mato, peleamos por toda la casa hasta agotarnos y caer rendidos, al día siguiente se fue a su escondite sin decir nada y yo me salí a caminar callado. Hasta hoy que él sigue ahí y yo sigo aquí…  creo que nos resignamos a estar juntos.